Todos los ingredientes están sobre la mesa para una crisis gruesa en un terreno de armas nucleares. Frente a este escenario, en Washington, hay que añadir a un Barack Obama que no cambió sus planes y por supuesto no piensa descolgar el teléfono para pedir contención aKim, quizás el objetivo final de la crisis de nervios desatada desde la capital de Corea del Norte.
La única reacción de la Administración Obama en el fin de semana la mostró Caitlin Hayden, portavoz delConsejo de Seguridad Nacional. Hayden tachó las declaraciones de Kim de “poco constructivas”. Apuntó además que "hay que recordar también que Corea del Norte tiene una larga historia de amenazas y retórica belicosa”.
Paralelamente a todo esto, el Pentágono ha reforzado el escudo antimisiles en la costa oeste de EE. UU. y el envío a Corea del Sur de aviones con capacidad nuclear. A la vez, la presidenta de Corea del Sur, Park Geun-hye, ordenó al Ejército "responder con fuerza" sin tener en cuenta "consideraciones políticas" en el caso de un ataque de Corea del Norte.
Rusia, que tradicionalmente alterna las críticas aPyongyang con peticiones a EE. UU. y Seúl del cese de acciones beligerantes, y China -que pese a ser el principal aliado de Corea del Norte apoyó las sanciones que le impuso la ONU por su prueba nuclear- han llamado seriamente a la "contención" en la península. Todo esto es lo que convierte a esta crisis psicológica en incierta y peligrosa. Desactivarla es una compleja prueba para la diplomacia de Moscú, Washington, Pekín y Tokio, y los intereses estratégicos y geopolíticos en el Pacífico.
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